Hoy día 7 de Mayo se cumple un mes desde el
accidente que le costó la vida a Gonzalín, un día que marcará nuestra vida como
ya sucediera antes. Es un mes en el que la historia de la humanidad se sigue
escribiendo página a página mientras que para nuestra familia, parece haberse
quedado sin tinta ni papel.
Desde
la infancia nos educan para que creamos que hay una razón para todo,
para que anhelemos y pensemos en un destino maravilloso -ya esté escrito o por
escribir- e intentemos cumplirlo, hacerlo posible y real. Crecemos soñando con
un porvenir, pensando en lo que nos deparará el futuro y planificándolo en cada
uno de nuestros despertares. No se nos puede preparar mientras crecemos para
borrar de un plumazo capítulos enteros de historias a compartir con un ser
querido, ni tampoco se nos puede plantear como algo natural o normal la
posibilidad existente de perder al protagonista de una vida llena de ilusión y
esperanza con lugar para la amistad, el amor, la lucha, el coraje y el trabajo.
No existe educación ni cultura que alivie el sentir de quien pierde a un ser
amado como consecuencia de una negligencia, de un error predecible y evitable,
producto de un interés y de un mero beneficio. Aprendemos a vivir con enfermedades
que matan, con los accidentes y desgracias que a diario acontecen y que están
fuera del alcance humano, llegamos a “asumir” que el tiempo de despedirnos de
la vida nos llega a cada cual sin
excepciones pero nunca llegaremos a comprender que en el trabajo se ponga
precio a la vida del ser humano. El empresario se juega mucho, muchísimo dinero
lo sabemos, pero quien trabaja se juega la
vida, entrega gran parte de su tiempo y se deja en él la juventud y la salud.
Gonzalín era todo un artista,
valía tanto para “un roto como para un
descosido”, la última vez que le
vimos estaba trabajando en la instalación eléctrica de los soportales, cómo íbamos a pensar entonces que sería él
quien pintaba sobre la grúa que acababa de caerse. <No me han
despedido> decía sólo dos días antes al llegar a casa… seguro que no lo
despedían por eso precisamente, porque como la mayoría valía para “todo”. Gonza
cumplía con sus obligaciones para mantener un empleo que le permitía pagar la
hipoteca, comer, vestir, calzar, atender a su salud, salir con sus amistades, pagar impuestos y compartir con su familia... Gonza
trabajaba para vivir. El dueño de la empresa, por su parte, seguro que
espera abrazado a su dinero la conclusión de la justicia, la condena a su
conducta y la sentencia a su avaricia, estará contando los billetes que le
costará borrar de su curriculum moral y de la historia de su empresa una mancha
que supera -y con mucho- las que se pueden recuperar en las hemerotecas de la
inspección de trabajo, pero esta vez no, señor empresario, esta vez el dinero
no saldará su cuenta.
La familia y amistades nunca olvidaremos, no queremos que el
culpable pague una cuantía económica y ya está, y con
el toque de sirena en la obra todo vuelta a empezar; queremos que la justicia
sea quién le haga pagar con la vergüenza pública de quien le da más valor al
dinero que obtendrá que al obrero, artífice de su construcción. Aprenderemos,
de las lágrimas que han recorrido las mejillas de mis seres queridos, a luchar
para que no se repita nuestra historia en el seno de otro hogar, para que nadie
que salga a trabajar a su empresa y jamás vuelva, le deje a usted sin ninguna
responsabilidad y consecuencia moral. El tiempo se detiene al mirar desde mis
ventanas y ver un mes después la grúa allí tirada, la imagen se ha tatuado en
mis retinas para permanecer en ellas como la sangre que comparto con Gonzalo.
Ya está bien señora justicia, queremos ver un árbol crecer que simbolice la
“vida”, que nos transmita la “alegría” de su recuerdo, queremos pasar y mirar
hacia un lugar que nos recordará siempre por qué es tan importante alzar la voz
en defensa de la vida, del futuro y de la seguridad de quien un buen día se
despide para ir a trabajar pero que puede no
regresar jamás.
Mayte Abad López
Sentido y reivindicativo a la vez. El trabajo no puede costar la vida y aún así, las muertes en accidente laboral no cesan. Un goteo de vidas sesgadas por la ineficacia, la avaricia, la ignorancia y por la inseguridad en el empleo. Siempre es triste una muerte y más de alguien tan joven que tenía toda la vida por delante y tantos sueños que cumplir... y más triste aún que la muerte se produzca en un accidente laboral, evitable. Aquello de accidente laboral es terrorismo patronal es muy cierto. Besos compa. Ana Alonso
ResponderEliminarEstoy contigo en el dolor y en la reflexión. Delante de tu escrito no he podido dejar de pensar en los titulares que con tanta frecuencia salpican las páginas de algunas hojas sindicales haciendo referencias a accidentes como el que has descrito tú. Y otras tantas he pensado en la injusticia que supone jugarse la vida en el puesto de trabajo, por los mismos motivos que apunta Ana en su comentario... Se que el castigo no será suficiente para evitar el dolor que sentís, pero no por ello se debe dejar de pedir. Sobre todo por él, por Gonzalo, y para que episodios como éstos se repitan lo menos posible.
ResponderEliminarSolo me queda daros mi más sentido pésame y despedirme con un abrazo muy grande para toda la familia.